Este revolucionario artilugio se comporta como un badén de los de siempre, haciendo que las cervicales del conductor sufran cada vez que pasas por encima de él pero sólo cuando el vehículo que lo atraviesa supera una cierta velocidad, si vas despacio el badén resulta prácticamente imperceptible. De este modo se busca premiar a los conductores que respeten los límites de velocidad.
El funcionamiento del BIV es muy ingenioso y no requiere de complejos mecanismos técnicos para su funcionamiento. El badén está relleno de un líquido no newtoniano rodeado por una membrana protectora de alta resistencia que es lo que se ve desde fuera y lo que los coches "pisan".
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